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¿Quemar la basura? Luces y sombras del plan del gobierno porteño

Inspirada en las modernas plantas de incineración europeas, Buenos Aires podría cambiar drásticamente su política de gestión de residuos. Por qué corre riesgo la cultura del reciclado.

12 de abril de 18 . 17:50hs
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Dafna Nudelman

Lo hacemos todos los días, sin pensarlo. La generamos y la descartamos automáticamente, pero la basura no desaparece cuando sacamos la bolsa y un camión la quita de nuestra vista.

No existe un proceso mágico que haga desvanecer el kilo de basura diario que generamos en promedio los porteños.

Al igual que otras grandes ciudades del mundo, con más de 3 millones de kilos diarios de basura que disponer, la Ciudad de Buenos Aires atraviesa una crisis de residuos. 

El relleno sanitario del CEAMSE, donde van a parar casi todos los residuos del Área Metropolitana –unas 15.000 toneladas diarias– está colapsando y, según las proyecciones oficiales, en cinco años no habrá más lugar donde enterrar nuestra basura.

El predio del CEAMSE, en José León Suárez, recibe 15.000 toneladas de basura por día.

Ante el apremiante escenario, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires plantea un cambio de estrategia para el tratamiento final de los residuos: eliminar la prohibición sobre la incineración que se estableció en 2005 con la Ley Basura Cero. Es decir, volver a quemar la basura.

Inspirado en la experiencias de países desarrollados, el Gobierno piensa en volver a quemar la basura

El plan oficial se guardó bajo siete llaves pero trascendió en los últimos días: seguir la tendencia de varios países desarrollados e instalar plantas que queman la basura, logran reducir más de un 90% su volumen, y a la vez producen energía en el proceso. Son las llamadas plantas de termovalorización o “Waste-to-energy” (WtE).

Sin embargo, el rechazo de muchas organizaciones ambientalistas y las agrupaciones de cartoneros no tardó en hacerse oír. ¿Qué implica el cambio a nivel ambiental? ¿Y social? ¿Qué alternativas existen?

¿El mal menor?

Las modernas plantas de WtE florecieron en las últimas décadas en los países desarrollados: Francia, Holanda, Japón, Suecia entre otros, tomaron este camino principalmente porque no cuentan con espacio para más rellenos sanitarios, y el valor de la tierra es muy caro.

Con una ingeniería precisa, numerosos métodos de filtrado, estándares estrictos y un monitoreo permanente, muchas de estas plantas demostraron que se pueden minimizar las emisiones tóxicas a la atmósfera, reducir la contaminación y ser una opción superadora a los rellenos sanitarios desde el punto de vista del calentamiento global.

Las modernas plantas europeas reducen hasta un 90% la basura y además generan energía renovable.

Si bien es cierto que quemar cualquier materia libera dióxido de carbono (CO2) –el principal gas responsable del efecto invernadero–, por su parte, los rellenos sanitarios hacen lo propio: al descomponer materia orgánica sin presencia de aire, liberan metano (CH4), un gas 25 veces más potente que el dióxido de carbono.

Por otro lado, como se produce energía en el proceso, aunque no es energía ‘limpia’, algunos especialistas la consideran una fuente de energía “renovable”, ya que utiliza carbono que ya forma parte del ciclo, y evita la liberación de nuevo carbono proveniente de las reservas de combustibles fósiles.

Hasta aquí, podríamos pensar que las plantas WtE son una opción deseable para resolver el problema de la basura.

Sin embargo, la problemática tiene muchas más aristas, y aunque disminuir los efectos del calentamiento global es un objetivo importante, no es el único.

El calentamiento global es una amenaza importante, pero no es la única.

“La inversión para una planta WtE es a largo plazo ya que tienen una vida útil de 20 o 30 años. Para aprovechar esa capacidad hay que alimentarla continuamente, es decir, tenemos que seguir generando basura, y cuanta más basura se queme, más energía se generará”, sostiene en diálogo con ACONCAGUA Cecilia Allen, miembro de la Alianza Global Anti-Incineración (GAIA).

Según la experta, los materiales que generan más energía al ser combustionados, son los materiales reciclables, especialmente los plásticos, tal es así que “a estas plantas hay que proveerles de un mínimo de cantidad y calidad de basura-combustible para que sean auto sustentables. Y esto amenaza las políticas existentes de reducción y reciclado”.  

Una correcta gestión de residuos debe respetar esta jerarquía.

De hecho, aunque suene tentador utilizarlos como fuente de energía, diversos estudios demuestran que al reciclarlos y valorizarlos como recursos, no sólo conservamos materias primas vírgenes, sino que el ahorro de energía, y emisiones en el proceso de reciclado es incluso mayor que la energía que se genera al quemarlos.

Una visión local 

Es importante adaptar las soluciones globales al contexto local: que algo funcione bien en Suecia no significa que sea la mejor solución para América latina.

Por caso, en la Argentina, el reciclaje es la principal fuente de trabajo para más de 200.000 personas: los recuperadores urbanos, que ven la vuelta a la incineración como una amenaza.

“Rechazamos la incineración, no sólo por los daños que genera sino porque es una declaración de guerra a los sistemas de reciclaje inclusivos”, declara Alicia Montoya, titular de El Álamo, una cooperativa de recicladores que comenzó con la valorización de los materiales reciclables mucho antes que cualquier programa municipal.

Alicia Montoya lidera El Alámo, una de las cooperativas de recicladores urbanos modelo en el país.

 Por su parte, organismos como la Comisión Europea y el Banco Mundial, que plantean lineamientos para un desarrollo sostenible, coinciden en que la incineración puede amenazar los sistemas de reciclado. 

Y si bien la necesidad de encontrar una alternativa al entierro es real,  también lo es la preocupación por el estricto control que demandan este tipo de plantas.

Según un informe del Banco Mundial, las experiencias de incineración en países en vías de desarrollo como el nuestro, presentan dificultades operacionales: los equipamientos para tratar las emisiones y prevenir la contaminación muchas veces no es adecuado, y el monitoreo de emisiones es bajo o inexistente.

Al respecto, los lineamientos y recomendaciones internacionales a la hora de implementarlo incluyen una planificación responsable, transparencia en el monitoreo y una activa participación de la comunidad.

Alternativa circular

Sin embargo, en algo coinciden tanto los expertos locales como los internacionales. Todos creen que es indispensable dejar atrás la actual economía lineal y abrazar un nuevo paradigma: la economía circular. 

¿De qué se trata? Es un concepto que intenta mimetizar los procesos de producción, uso y descarte de la propia naturaleza. 

Es decir, en el mundo natural, no existe el concepto de basura; todo desecho es aprovechado y reutilizado en otro proceso, que luego se transforma nuevamente en un producto.

En este nuevo paradigma, la jerarquía de acción es simple: reducir, reutilizar, recuperar, reciclar. Aunque es cierto que inevitablemente tendremos residuos que no se podrán reciclar, recién cuando se agoten todas las estrategias anteriores, se deberá pensar en tratar los residuos, enterrarlos o incinerarlos.

De hecho, la ley N°1854, la actual “Ley Basura Cero” en Buenos Aires, establece la prohibición para la combustión de residuos “al menos hasta que se alcance la meta de reducción del 75%”.

Sin embargo, hasta el 2017, sólo se alcanzó a reducir un 26%, y Buenos Aires todavía envía al relleno sanitario casi 300 toneladas diarias de material reciclable.

Al respecto, un claro ejemplo es el compostaje. Los desechos orgánicos componen aproximadamente el 45% de nuestros residuos, y son los que generan más problemas en los rellenos sanitarios. 

Sin embargo, en plantas de compostaje a gran escala se puede obtener un excelente abono para cultivar tierras, o producir biogas.

Todos somos parte del problema: es nuestra basura

Claro que, hasta ahora, ningún gobierno porteño implementó programas que busquen recuperar los residuos orgánicos.

Al fin de cuentas, más allá de la decisión política, es importante reconocernos como parte del problema: en promedio, los porteños generamos un kilo de basura diaria. Es nuestra basura.

Lo bueno es que también somos parte de la solución, y cada uno puede empezar hoy a reducir su impacto.

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  • Nadia . 23:35hs

    Ame!

  • Sergio . 00:12hs

    Muy claro el artículo Una buena base para discutir un tema central. Felicitaciones.

    • Pablo Bullrich . 14:05hs

      Gracias Sergio!

  • Collide . 10:44hs

    Muy buena información gracias Dafna!

Domingo

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