El sutil encanto de contemplar pájaros
Cada vez son más los que encuentran en el avistaje de aves un refugio perfecto para escapar a la hiperconectividad.
A fines de marzo, el playero rojizo migra desde Tierra del Fuego hasta el ártico canadiense, solo para regresar en la primavera siguiente a nuestras costas. Es un periplo de 30.000 kilómetros con vuelos continuos de hasta una semana sin parar a comer, beber o descansar. Infatigable, uno de ellos hasta coqueteó con la fama: el B-95, como lo taggeó un equipo de biólogos argentinos, cubrió en su vida una distancia mayor que la que separa a la Tierra de la Luna.
Es posible que alguno de estos gregarios pajaritos aparezca este verano haciendo escala en la costa argentina, pero es muy improbable que el veraneante promedio lo detecte. Salvo que justo se trate de un observador de aves, algo que todavía es, si se permite la redundancia, una rara avis en el país. Aunque, tal parece, no por mucho tiempo.
Paradójicamente, en tiempos de redes sociales, series y consumo on demand, cada vez son más los que encuentran en el avistaje de aves un refugio perfecto para escapar a la hiperconectividad.
Lejos del estereotipo del birdwatcher de las películas -un jubilado europeo con bermudas, soquetes blancos y un par de binoculares-, la nueva generación de nativos sustentables parece entender que hay pocas cosas más disruptivas que perderse en la naturaleza en busca de un pájaro.
Hay pocas cosas más disruptivas que perderse en la naturaleza en busca de un pájaro.
Lo curioso es que las mismas redes sociales refuerzan la tendencia: gracias a Instagram, millones de naturalistas amateurs comparten la biodiversidad en su feed, por más que sea un gorrión posando en el balcón.
«Pasamos tanto tiempo frente a una pantalla que empieza a surgir una pulsión por volver a conectarse con la naturaleza. Algunos investigadores lo llaman el síndrome de déficit de naturaleza. Lo cierto es que vemos cada vez más gente joven sumándose a los clubes de observadores de aves», cuenta Francisco González Táboas, miembro de Aves Argentinas, la centenaria pero enérgica organización dedicada a proteger la aves silvestres que nuclea a más de 70 clubes de avistaje en 20 provincias del país.
Una señal de época: su app -una intuitiva guía de campo digital con fotos, sonidos y mapas que permite identificar casi 500 tipos de aves-, ya tiene más de 60.000 descargas.
Los pájaros hacen eso con lo que nosotros solo soñamos: volar.
¿Pero por qué importan los pájaros? El aclamado novelista y célebre birder norteamericano Jonathan Franzen ensaya una respuesta. Sostiene que las aves son la última y mejor conexión que tenemos con un mundo natural que está en retroceso. Presentes en la Tierra 150 millones de años antes que el hombre, son una señal omnipresente de otredad, argumenta. Y no solo porque hacen eso con lo que nosotros solo podemos soñar: volar. «Son un recordatorio constante de que los seres humanos no somos la medida de todas las cosas», escribe el autor de Las correcciones y Libertad, responsable junto a otras figuras como el ex Blur Damon Albarn, de que el avistaje se haya vuelto hipster en el hemisferio norte.
Paraíso ornitológico
Por su diversidad de climas y regiones, Argentina es un verdadero paraíso para el turismo ornitológico. De hecho, el país se ubica en el 9º puesto de destinos de avistaje de aves a nivel mundial, según el ranking de la plataforma eBird. Por su parte, el censo de Aves Argentinas revela que albergamos más de 1000 especies, de las cuales unas 27 son endémicas, es decir que los birdwatchers extranjeros deben viajar hasta estos pagos si quieren tacharlas de su lista. Y vaya si lo hacen: en silencio, miles de observadores de aves visitan al país cada año.
Resulta que la industria del avistaje esconde un sorprendente potencial económico: según datos de las Naciones Unidas, solo en EE.UU, esta práctica mueve 16 millones de personas al año y genera US$32.000 millones anuales, una cifra equivalente al PBI de Paraguay.
Rápidos de reflejos, en el gobierno porteño buscan aprovechar este segmento del turismo de naturaleza. En noviembre inaugurarán el renovado Centro de Interpretación de Aves en la Reserva Ecológica de Costanera Sur. La obra, que cuenta con detalles de primer nivel internacional, es un acto de justicia: la Reserva es reconocida en todo el mundo como un lugar de excelencia para el avistaje. Cuenta con ¡343 especies diferentes de pájaros!, más de la mitad del total de especies que se pueden encontrar en toda España y el 3% del total de aves del mundo.
La industria del avistaje esconde un sorprendente potencial económico
«Buenos Aires es un destino eminentemente urbano, pero tenemos una de las reservas urbanas más importantes de Latinoamérica y queremos potenciar esta gran oportunidad. En sus 350 hectáreas, la Reserva recibe más de un millón de visitantes por año y viajeros de todo el mundo llegan exclusivamente para observar mistos, piquitos de plata, carpinteros reales, calandrias y jilgueros, por nombrar algunos», explica Gonzalo Robredo, presidente del Ente de Turismo de Buenos Aires. Y agrega: «Posicionar el turismo naturaleza en la Ciudad es nuestra forma de ser más competitivos, sostenibles e innovadores».
Contemplar pájaros puede convertirse en una actividad tan simple como fascinante. Solo hace falta una dosis de curiosidad, esa que nos permite desconectarnos de la rutina para reconectarnos con la naturaleza.
Esta columna fue publicada originalmente en el diario La Nación.
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