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La digestión es la cuestión: por qué el intestino es el «segundo cerebro»

Al final la felicidad podría esconderse en nuestras tripas.

4 de enero de 21 . 08:00hs
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Laura Marajofsky

No será el tema más glamoroso, pero sin dudas es un tópico vital. Así como en su momento médicos y cocineros empezaron a hablar más seriamente de la alimentación, ahora surgen los “intestinólogos” que ponen el foco en el universo menos estético pero fundamental de los microbiomas y su impacto en nuestra salud y estado de ánimo.

Algunos incluso refieren a nuestro sistema gastrointestinal como “el segundo cerebro”. Del furor por los alimentos fermentados y curados, las masas madre, al rescate de platos tradicionales orientales en boga, los microbiomas se han convertidos en la nueva It thing.

Se necesitó mucho tiempo para que los investigadores de la salud pusieran el foco allí donde menos estábamos mirando –y también algo de marketing– para que se comenzara a hablar más seriamente de nuestra microflora.



“Incluso cuando estamos solos, nunca estamos totalmente solos”, advierte el periodista científico Ed Yong en su último libro “I Contain Multitudes: The Microbes Within Us and a Grander View of Life”, en donde ofrece una fascinante mirada al universo de estos versátiles y pequeños organismos con los que convivimos todos los días y habla sobre la importancia que reviste estudiarlos.

Cuando hablamos de microbiomas nos estamos refiriendo a los miles de microorganismos vivos que hacen al funcionamiento del cuerpo y, por tanto a nuestro bienestar.

Así, en los últimos años se le ha comenzado a prestar particular atención a la comunidad de bacterias que viven en nuestros intestinos, y que son clave para calibrar nuestras funciones autoinmunes, metabólicas, y cuya disminución o extinción puede derivar en diversos problemas de salud como el asma, las alergias o la obesidad.

Los precursores

Quizás una de las primeras comunicadoras del tema fue la médica y escritora Giulia Enders, quien viene hablando de los microbiomasy su conexión con nuestro estado de ánimo desde el 2015, cuando publicó su best-seller “La digestión es la cuestión”.

Enders ofrece una máxima que podrá sorprender a más de uno: postula al intestino como el segundo cerebro. “El mal humor, la alegría, la inseguridad, el bienestar o la preocupación no nacen sólo de forma aislada en el cráneo. Durante mucho tiempo la cabeza ha acaparado la atención de la ciencia y hemos estado ciegos ante el hecho de que nuestro “Yo” es más que el cerebro”, escribió.

Nuestro intestino aloja miles de microorganismos vivos.

Los especialistas en este floreciente campo explican cómo la microbiota incide en la psicología y afecta el funcionamiento del cerebro. Esto se debe a que los microorganismos en nuestros intestinos liberan numerosos químicos como la serotonina, dopamina y compañía que, casualmente, son las mismas sustancias que regulan el humor. Por no decir que también es gracias a ellas que nuestras neuronas se comunican.

El intestino interviene en dos tercios de las actividades del sistema inmunitario.

Ya desde el 2007 el llamado Human Microbiome Project busca catalogar los cientos de miles de habitantes de nuestra flora, que aparte de regular emociones, se encargan de producir vitaminas y procesar la comida.

Otra referencia es el divulgador norteamericano Sandor Katz, autor de un libro que ya es casi una biblia tanto para los aficionados al tópico como para los que se inician en los alimentos fermentados, titulado precisamente El Arte de la fermentación.

Con vistosa portada naranja el libro se ha vuelto fetiche de reconocidos chefs, bakers y bartenders. Katz, un autodidacta que comenzó realizando sus propios alimentos fermentados luego de atravesar un grave problema de salud, señala que no se necesita mucho para poder hacerlo y que resulta un paso de empoderamiento fundamental para (re)conectarnos con nuestro cuerpo, nuestros alimentos y la naturaleza.

“Este interés que se está despertando ahora es un resultado de la distancia que sentimos hacia los procesos que producen nuestra comida. Después de un par de generaciones comenzamos a interesarnos de nuevo por los alimentos, queremos saber de dónde vienen y cómo se producen. El interés por la fermentación también está creciendo debido al interés por el microbioma y por cómo las bacterias afectan a nuestra salud y bienestar“, explicaba Katz en una entrevista reciente.

Asimismo, Katz señala que la educación que hemos recibido hasta ahora nos enseña a pensar en las bacterias como algo intrínsecamente nocivo y a tenerles miedo. Pero esto no sólo es errado, sino que es la guerra actual contra las bacterias (mediante productos antibacterianos de uso cotidiano, agua clorada y alimentos con toneladas de antibióticos) lo que disminuye nuestra biodiversidad.

Es decir, seguramente si comiéramos más alimentos fermentados nuestros sistemas inmunológico nos lo agradecerían. Además no olvidemos que muchos de los alimentos que consumimos diariamente son, después de todo, fermentos de algún tipo: el vino, el café, el queso, la cerveza y la lista sigue.

Muchos de los alimentos que consumismos a diario son fermentados.

Uno supondría que si evolucionamos a la par de nuestros microbios todos deberíamos tener microbiomas similares. Sin embargo lo que el microbiólogo Justin Sonnenburg y su equipo encontraron hace poco al comparar la flora intestinal de jóvenes en Burkina Faso y de niños en Florencia, es que ambas diferían sustancialmente.

Y no sólo eso, los niños africanos, que habían crecido con una dieta a base de mijo y sorgo, tenían microbiomas mucho más biodiversos que los europeos. La moraleja es que la microbiota occidental no es otra cosa que el resultado de cómo nuestros organismos lidiaron -y lidian- con el mundo urbano del siglo XXI, en contraposición a las dietas agrícolas de Africa, similares a las que nuestros antepasados tenían antes de la existencia de los antibióticos y los productos procesados.

El nuevo mapa bioculinario

Aquí uno de los espacios que le viene dando mucha atención al tema es la escuela Crudo dirigida por el cocinero Máximo Cabrera (referente del raw food), una de los primeros espacios de cocina en Argentina que promueve cursos sobre alimentos fermentados.

Allí de la mano de Cabrera y una selección de jóvenes chefs y panaderos reconocidos podés aprender a cocinar tus propios alimentos y realizar fermentos (yogurt, masa madre, jugos vivos, kimchi, etc.). Cabrera también acaba de editar el libro Clorofilia (Editorial Planeta) que basado en su experiencia y con una perspectiva holística explica cómo preparar alimentos.

Si hace unos años el natto (se obtiene a través de la soja fermentad), el kimchi (fermentos de vegetales varios) y el miso (una pasta de soja fermentada con sal marina) se volvían un hit en Europa empleándose en algunos de los mejores restós, actualmente y gracias al boom de la comida oriental han logrado desembarcar localmente.

Aunque al paladar argentino le falta evolucionar respecto de estos sabores y consistencias, los fermentados han ido ganando su espacio en restos, panaderías y hasta en las barras. Tanto en reductos de moda como Alo´s, Opio, Proper, Niño Gordo, panaderías como Salvaje Bakery, cafeterías como LAB o Cigalo y bares como Casa Cavia o SHOUT, es posible probar distintos estilos de comidas y bebidas con diversas técnicas de fermentación.

Así como también ahora es más común ver en las ferias o conseguir en las dietéticas de barrio productos como el kefir, pickles, chutney o sauerkraut, por nombrar algunos.

La barmaid Pipi Yalour incorpora fementos a la coctelería.

Pero atención, el furor no alcanza sólo a los alimentos sino también a las bebidas, de modo que hoy podemos tomar café preparado con kombucha o encontrarnos con que los fermentos también se aplican en coctelería.

«Actualmente vemos fermentados en cada vez más barras de coctelería: desde kombucha hasta yogures y fermentados de frutas», cuenta la barmaid y embajadora de Campari, Pipi Yalour, quién además acaba de publicar un manual de coctelería donde aplica algunas de estas técnicas en recetas de cócteles.

Intestinos felices

Felice Jacka, de la Universidad Deakin, en Australia es otra investigadora que trató de demostrar la incidencia que la dieta tiene en nuestra salud mental y emocional, pensando formas de contrarrestar la depresión no con drogas o terapia, sino cambiando la alimentación.

Otros ejemplo de cómo está creciendo esta línea de investigación es el programa MoodFood Project lanzado por la Unión Europea, que promueve un enfoque integral sobre los beneficios de una buena alimentación y cómo prevenir problemas que van de la obesidad a la depresión.

Para comprobar el vínculo entre la microflora y el estado de ánimo desde la Universidad de Luisiana se realizaron tests sobre ratones con dietas normales reemplazando sus microbiomas por los de otros con una dieta alta en grasas.

La Unión Europea lanzó el MoodFood Project, que investiga el impacto emocional de lo que comemos

¿Los resultados? Los animales mostraron múltiples alteraciones en su comportamiento como aumento de la ansiedad, problemas de memoria y conductas repetitivas. Los científicos concluyeron que un microbioma poco sano puede alterar la conducta y el conocimiento.

Finalmente, Enders, da cuenta de cuán subestimado está un órgano revelando que interviene en nada menos que dos tercios de las actividades del sistema inmunitario.

Es posible pensar entonces que cuando nos hablan de hacer lo que nuestras tripasnos dicen (el famoso gut feeling) o de seguir nuestra intuición, no se trate de algún esoterismo, sino de que en estas partes de nuestro organismo concentramos mucha más información y sabiduría de la que creemos.

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  • Katz . 08:23hs

    Info. gracias.

  • Carlos Sigwald . 10:16hs

    Excelente artículo. Por favor provean mas info acerca de este tema en gral desconocido.

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