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«En la Cordillera aprendí que en las situaciones límites aflora lo mejor del ser humano»

Roberto Canessa fue uno de los héroes de la Tragedia de los Andes, donde salvó 14 vidas. 45 años después, sigue haciendo exactamente lo mismo.

2 de agosto de 17 . 17:08hs
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Gustavo Grosso

A los diecinueve años, Roberto Canessa –junto a su amigo Nando Parrado–, dejó atónito al mundo.

Era diciembre de 1972 cuando aparecieron vivos en Chile tras escalar la Cordillera de los Andes durante diez días, para guiar el rescate de sus catorce compañeros atrapados en el fuselaje, dos meses después que el avión en que volaban se estrellara contra las montañas.

Después de la hazaña, Canessa se graduó como médico cardiólogo pediatra y formó una familia. Fue galardonado tres veces con el Premio Nacional de Medicina en Uruguay y en 2015 fue designado Honorary Fellow of the American Society of Echocardiography. Hoy es jefe del Departamento de Ecocardiografía y Cardiología del Hospital Italiano de Uruguay y colabora con una red integrada por prestigiosos colegas en todo el mundo.

La delgada línea entre la vida y la muerte se transformó en un catalizador para el resto de su vida. Canessa traza un paralelismo único y fascinante entre el tratamiento de cardiopatías congénitas muy complejas a niños recién nacidos y en gestación, y las decisiones difíciles de vida o muerte que fue forzado a tomar en los Andes.

DE RESCATADO A RESCATISTA. Canessa nunca dejó de salvar vidas.

Lo que sigue, es el resultado de una charla de Revista Almagro con Canessa, autor junto al escritor Pablo Vierci del reciente libro Tenía que sobrevivir: cómo el accidente en los Andes inspiró mi vocación para salvar vidas, un conmovedor relato de vida, de esperanza y de compromiso.

-En todos estos años, habrás relatado mil veces aquellos días en la Cordillera, ¿cuáles son ahora tus desafíos en la vida? ¿Qué fue lo bueno de aquella tremenda circunstancia?

-La pregunta que intenta responder el libro es por qué una persona que vivió en el umbral de la vida y la muerte cuando tenía 19 años, se dedica, en su vida posterior, a tratar niños y fetos que también están en el umbral de la vida y la muerte. Advierto con las repercusiones que está teniendo el libro, que a los lectores les llama la atención que una persona que estuvo tanto tiempo al filo de la muerte, haya elegido para vivir y trabajar otra situación límite, tal vez la situación límite más sensible que se pueda imaginar, el palpitar de los corazones de los niños y los fetos que todavía no nacieron. No puede haber seres más vulnerables, porque los niños que todavía no nacieron, que padecen cardiopatías congénitas, tienen aún menos que nosotros en la montaña: ni siquiera tienen una foto: apenas tienen una ecografía. Nosotros en los Andes nos pasamos esperando el rescate que jamás vino. Por el contrario, la sociedad civilizada nos había decretado muertos, por lo que fuimos nosotros los que tuvimos que salir a buscar a los rescatistas, que terminó siendo un arriero, uno de los hombres más íntegros y generosos que conozco, Sergio Catalán. Pues aprendimos que el rescate no siempre viene cuando estás en una situación muy vulnerable.

-De rescatado a rescatista, se invirtieron los roles. 

-Y… la vida me dio esta segunda oportunidad, donde en lugar de esperar el rescate, yo soy el rescatista que nunca apareció en 1972. Yo trabajo de “arriero”, de rescatista de estos niños con severas cardiopatías que también, en muchos casos, están “decretados muertos”, porque están desahuciados, como lo estuvimos nosotros en 1972. Entonces la peripecia de los Andes no solo me dio la oportunidad de trabajar en el resto de mi vida en ese rol de rescatista, sino que tuve que hacerlo con una responsabilidad suplementaria, porque no era yo solo, sino que era yo en representación de los otros 29 que no volvieron, y que, con sus cuerpos, nos ayudaron a sobrevivir. Entonces yo actúo por mí, pero también siento que actúo por ellos. Cuando llegué a Montevideo de la montaña y recorría las casas de las familias de los muertos, me daba cuenta que yo no podía llevar cualquier tipo de vida. Porque, ¿qué dirían esos familiares, que nos recibieron con tanta ternura? ¿Podía hacer una vida fácil, dedicada exclusivamente a mí y a mi círculo más íntimo, o tenía que hacer una vida muy digna, la más pródiga posible, en homenaje y en representación de todos ellos?

29 personas murieron y 16 sobrevivieron en el Milagro de los Andes | ILUSTRACIONES: SOFÍA MARTINA

-Ofrecés conferencias sobre liderazgo, sos director de equipos médicos, ¿cuál es la importancia de trabajar en equipo?

-En la montaña aprendí que los equipos que funcionan son aquellos donde cada uno da lo mejor de sí. La sociedad de la nieve que se creó en la montaña es un ejemplo cabal de equipo en este sentido. Todos formamos parte de un organismo, que resultó ser muy generoso, porque nuestras prioridades, además de huir, eran atender a los heridos, a los que estaban peor. Y descubrí, y esto no me lo contaron sino que lo viví, que una situación límite, extrema, la más dura imaginable, la más humillante imaginable, permite que aflore lo mejor del ser humano, no lo peor, como dicen esas profecías apocalípticas, de que en los momentos límites aflora el “lobo”, los saqueadores tras los huracanes o las grandes desgracias. Yo viví lo contrario. Afloró un equipo estrecho, magnánimo, donde todos aportaban lo que podían, algunos la fuerza física, otros el ingenio, otros la inteligencia, otros el humor y otros, y esto fue clave, la ternura.

-Una afirmación tuya es que “hay momentos en la vida en que se te cae el avión”. ¿Qué le dirías a aquel que puede estar atravesado por esa instancia?

-Que la mayoría de nosotros tiene mucho más de lo que necesita y hace mucho menos de lo que puede. Y no hay que esperar a que “se te caiga el avión”, porque si se te cae, te das cuenta, en una fracción de segundo, todo lo que tenías y lo que podías hacer por otros, y no aprovechaste, o no hiciste. Y un avión se cae de las maneras más impensables y en los momentos menos esperados. Cuando diagnostican un cáncer, cuando diagnostico una cardiopatía congénita. Y con esas madres, en esos momentos, cuando se les “cae el avión”, yo sé que puedo ser muy útil, porque ya viví todas esas sensaciones.

Estuve en el umbral de la vida demasiado tiempo, más muerto que vivo, y regresé no solo para contar la historia, sino para trabajar en eso que había aprendido.

¿Cómo y por qué decidiste ser uno de los que enfrentó la nieve y las alturas en búsqueda de ayuda en los Andes?

-No fue una decisión mía, yo no soy de los que sale primero corriendo a arriesgar su vida. Yo veía como otros corajudos hacían las primeras expediciones y fracasaban, y volvían destrozados, porque la experiencia de los Andes está llena de fracasos, y algunos éxitos. Yo analizaba cómo llegaban, y me preguntaba qué estábamos haciendo mal. Y un día se terminaron esos corajudos. Y ocurrió una anécdota que para mí fue definitiva. Un compañero, que luego murió, Arturo Nogueira, que tenía las piernas quebradas, me dijo: “Qué suerte tenés vos, Roberto, que podés caminar por los demás”. Fue como una centella que me penetró la mente y el corazón. Pero Arturo me hizo ver que yo tenía una responsabilidad que él no podía asumir, y yo sí podía. Y así fue que formé parte de los escaladores, junto con Tintín y Nando, y luego del tercer día de caminata, con Nando.

Canessa y Parrado atravesaron la Cordillera durante 10 días hasta encontrar signos de civilización. | ILUSTRACIONES: SOFÍA MARTINA

-¿Cuál es la relación que podés establecer entre aquella lucha por salvar su vida y tu trabajo por salvar la vida de niños enfermos?

-Hay muchos médicos que se ponen al hombro los pacientes, como dicen que yo lo hago. Pero la tragedia de los Andes tiene una aureola especial, a nivel global, y eso me ha permitido que me abrieran las puertas los principales centros médicos del mundo. Por eso puedo hacer ateneos de pacientes de hospitales públicos uruguayos en forma virtual con centros médicos de primera línea en todo mundo. Y eso es usar a lo que me sucedió en los Andes de una forma que considero digna. De esa forma estoy honrando, creo yo, a los 29 que murieron en la tragedia del 72. Mis amigos médicos de la Universidad de Harvard dicen que soy un “country doctor”, y fundamentalmente sostienen que soy un “doctor sabio” no por lo que sé, sino por cómo encaro la medicina, porque, como me dicen, “sabes de cosas que no están en los libros, ni en Internet”. Estuve en el umbral de la vida demasiado tiempo, en esa zona gris, más muerto que vivo, y regresé a la vida no solo para contar la historia, sino para trabajar en eso que había aprendido. Y eso, según estos médicos muy prestigiosos de todo el mundo, es muy importante para la medicina. ^^^

Lee la entrevista completa a Roberto Canessa en Revista Almagro

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