Cómo la carne le está robando espacio a la vida salvaje (y a la nuestra)

Hay un gráfico que debería publicarse en cada carnicería y en cada ministerio de economía. No muestra el precio de la carne ni la tendencia del PIB: muestra la Distribución de la biomasa de mamíferos en la Tierra.. Es la radiografía de una conquista silenciosa, el retrato de un Planeta que ha desplazado su centro de gravedad biológico del equilibrio al monocultivo de carne.

En 1850, la masa de mamíferos salvajes igualaba aproximadamente a la de humanos y animales domésticos. Hoy la proporción es brutal: la El 95% de la biomasa de los mamíferos está compuesta por nosotros y nuestro ganado.. Fauna — tierra y mar — ocupa el 5% residuo. En menos de dos siglos hemos reducido a la mitad la masa de animales libres.

Extinciones funcionales: cuando las especies existen pero ya no importan

No estamos hablando sólo de extinciones en la forma que conocemos. La verdadera catástrofe es más sutil: laextinción funcional. Especies que sobreviven, pero. La naturaleza sigue ahí, pero despojada de su papel ecológico.

Detrás de esta “Gran Sustracción” no hay tanto un cazador con un rifle como un sistema logístico que devora el espacio. ELLa enorme masa de ganado vacuno, porcino y ovino requiere forrajes, agua y pastos. Cada hectárea dedicada a la ganadería es un hectárea eliminada de la biodiversidad. Hemos convertido la productividad primaria del Planeta –lo que producen las plantas– en combustible para una única y gigantesca máquina biológica: la cría. Una paradoja ecológica donde la eficiencia se mide en pérdida de diversidad.

Sin embargo, aunque la ciencia documenta esta desproporcionalidad con implacable claridad, la respuesta política y económica sigue distorsionada. Un estudio publicado este año en PNAS, que analizó más de 14.600 proyectos de conservación a lo largo de 25 años, revela un problema estructural: el 83% de los fondos se destinan a los vertebrados, y De estos, el 86% se centra en algunas especies icónicas. — elefantes, ballenas, grandes felinos. No es que estas especies no merezcan protección: ciertamente la merecen. Pero aunque reciben decenas de millones, anfibios — el grupo de vertebrados más amenazado — obtienen sólo el 2,5% de los recursos. Los invertebrados, que constituyen la mayor parte de la vida en la Tierra, no tienen casi nada. es uno conservación fotogénica más que efectivadonde la urgencia da paso al carisma.

La paradoja es aún más cruda: mientras que sólo el 6% de las especies amenazadas reciben financiación, el 29% de los fondos se asignan a especies clasificadas como de «riesgo mínimo». Los osos pardos y los lobos grises absorben millones mientras familias enteras de anfibios e invertebrados desaparecen sin testigos ni recursos. No se trata de quitar protección a quienes la tienen, sino de preguntarnos si realmente estamos utilizando los fondos limitados donde el riesgo es mayor.

En 1850, los elefantes africanos pesaban tanto como cualquier mamífero salvaje actual.

Este desequilibrio no es sólo una cuestión de presupuesto, sino de perspectiva. Hemos perdido la memoria de lo que era normal. El síndrome de la línea de base en movimiento (el hábito de aceptar un estado empobrecido del mundo como natural) nos impide ver cuánto hemos perdido. En 1850, según el estudio publicado el 27 de octubre el Comunicaciones de la naturalezala biomasa de los elefantes africanos por sí sola igualaba a la de todos los mamíferos terrestres salvajes actuales.

Durante el mismo período, la biomasa humana se multiplicó por ocho y la biomasa ganadera se quintuplicó. El número total de mamíferos se ha triplicado, pero sólo porque hemos sustituido la vida salvaje por la nuestra. Las ballenas han perdido el 70% de su masa colectiva, los mamíferos terrestres más de la mitad. El mundo ya no está lleno de vida: está más lleno de nosotros. Y como documentan ambos estudios, las zonas donde la fauna resiste coinciden cada vez menos con aquellas en las que invertimos para salvarlas.

Recuperar el equilibrio significa cambiar la demanda. No “¿cuánta carne podemos producir todavía?”, sino “¿Cuánto espacio queremos devolverle al planeta?«. Y, en paralelo: no «¿qué animales nos excitan más?», sino «¿cuáles corren realmente peligro de extinción?». Mientras la balanza se incline así, la extinción no será un accidente sino el modelo mismo de nuestra economía: un mundo reducido a pastosdonde la conservación sigue la lógica del espectáculo más que la del riesgo.

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