Representantes de comunidades indígenas y algunos miembros del colectivo Juntos protestan contra la explotación de sus tierras, algunos de los cuales – ayer – forzaron una de las barreras de seguridad y llegaron al Parque da Cidade, sede principal de la cumbre climática.
Como muestran los vídeos difundidos en las redes sociales, el intento de allanamiento provocó momentos de conflicto entre manifestantes y personal de seguridad. Según fuentes de las Naciones Unidas, dos agentes ellos informaron lesiones menoresmientras los activistas estaban mantenerse alejado de la policía.
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Los manifestantes preguntaban impuestos a las grandes propiedades y el fin de la extracción de petróleo en el Amazonasacusando al gobierno brasileño de inconsistencia ecológica.
El gobierno miente cuando dice que la Amazonia está bien y que los pueblos indígenas viven sanos. Si fuera cierto, no estaríamos aquí protestando, afirmó el chamán y activista Nato Tupinambá.
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Este es el primera COP después de tres años de estar detenido en un país que permite manifestaciones públicasa diferencia de ediciones anteriores en Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Azerbaiyán, donde las protestas estaban prohibidas o estrictamente controladas.
Pero más allá de la tensión y las acusaciones, queda un mensaje claro: detrás de esos momentos de ira hay voces que piden ser escuchadas.
Voces de personas que viven cada día los efectos de la crisis climática en su tierra, en su salud, en sus raíces. En una cumbre donde hablamos de números, emisiones y protocolos, el gesto de los activistas -correcto o incorrecto- nos recuerda que la crisis climática no es un debate de sala de conferencias, sino una herida viva en el corazón de la Amazonia.