Las tres “superfuerzas” que se combinaron crearon el terremoto más largo y rápido jamás registrado

El Terremoto en Birmania del 28 de marzo de 2025 fue algo más que un fuerte shock registrado por los instrumentos. En apenas unas decenas de segundos demostró lo impredecible que puede ser la Tierra, transformando una falla ya conocida en un laboratorio natural de fenómenos extremos. La nueva investigación liderada por Dara E. Goldberg, Geofísica del Servicio Geológico de Estados Unidos, habla de un terremoto capaz de desafiar las leyes que conocíamos, corriendo más rápido que las ondas sísmicas y dejando tras de sí un paisaje marcado por fracturas y fallas.

El meollo de la historia es una ruptura de casi quinientos kilómetros de longitud, una distancia que nadie habría asociado con un terremoto de magnitud 7,7. Es como si la culpa decidiera de pronto no respetar las normas, echarse a correr y seguir fluyendo mucho más allá de lo esperado. Los científicos siguieron esta carrera con todo lo que tenían: datos sísmicos globales, imágenes de satélite, mapas de deformación del suelo. Una red de pistas que, juntas, muestran una fractura capaz de superar los tres kilómetros por segundo, entrando en la rarísima categoría de los terremotos. supercortante.

Una carrera que supera las ondas sísmicas

Cuando una fractura se produce a esta velocidad, la energía ya no se dispersa como en los terremotos «normales»: se concentra en una especie de cono sísmico, un frente de choque que discurre por la superficie y que puede hacer que el temblor sea mucho más violento incluso a grandes distancias. En el caso de Terremoto en Birmaniaesta ola comprimida ha llegado incluso a algunas regiones de Tailandia. Un fenómeno que, hasta hace unos años, muchos consideraban casi imposible en una falla continental.

Para comprender por qué sucedió esto, es necesario observar la falla de Sagaing a través de la lente correcta. Su sección sur es inusualmente recta, desprovista de los pliegues que suelen frenar la fractura. Es una condición rara, pero por sí sola no sería suficiente para explicar un evento tan extremo. El otro ingrediente viene del tiempo: la última gran ruptura significativa en esa zona se remonta a 1839. Dos siglos de placas empujando, deslizándose, acumulando energía, en silencio. Un manantial que nadie ve, pero que permanece ahí para tensarse.

Luego está la composición de las rocas. Los dos lados de la falla están hechos de materiales diferentes, con rigidez y resistencia que cambian repentinamente de un lado al otro. Este contraste modifica la forma en que la energía rebota y se propaga, favoreciendo una fractura rápida, casi indeciso si frenar o acelerar más. Es la combinación de estas tres condiciones –la forma de la falla, la tensión acumulada en el tiempo y la estructura de las rocas– la que transforma un evento natural en algo excepcional.

El resultado se ha visto en todo el territorio: muros agrietados, calles torcidas, barrios enteros marcados por la licuefacción del suelo, ese fenómeno en el que la tierra pierde consistencia y se comporta como una masa semilíquida. Sin imágenes de satélite habría sido casi imposible reconstruir un mapa completo de los daños, porque muchas zonas eran inaccesibles debido a conflictos internos.

Las huellas recogidas desde arriba muestran una cosa muy clara: las zonas más devastadas siguen paso a paso la sección de supercortante de la falla. No es una coincidencia, sino una señal precisa de cómo la velocidad de la ruptura influyó en el tipo de destrucción.

La lección que nos deja un terremoto tan anómalo

Los modelos actuales de amenaza sísmica se basan a menudo en la idea de que la longitud de una fractura es proporcional a su magnitud. El Terremoto en Birmaniasin embargo, demuestra que esta equivalencia no siempre es confiable. Una falla puede extenderse mucho más de lo que esperamos, sin necesidad de alcanzar magnitudes extremas. Es un recordatorio que concierne a muchos países: desde California hasta regiones asiáticas atravesadas por largos sistemas de fallas, donde las formas lineales y los contrastes entre rocas pueden crear condiciones similares.

Para los científicos, este evento representa una nueva referencia. Una invitación a mirar no sólo la magnitud, sino también la forma en que una falla acumula energía, sus materiales, su geometría. Una especie de llamado a una sismología más cuidadosa, más completa, más consciente de la complejidad con la que la Tierra se mueve bajo nuestros pies.

El estudio, publicado en la revista Cienciamarca un punto de inflexión y nos recuerda que los terremotos no son todos iguales. Algunos corren. Algunas son sorprendentes. Y algunos cambian para siempre la forma en que leemos los mapas de riesgo.

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