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Ecoansiedad: ¿quién le teme al fin del mundo?

Este nuevo mal de época nos angustia pero también puede motivarnos a generar un cambio.

1 de diciembre de 19 . 12:00hs
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Manuel Torino

Greta Thunberg mira a los ojos a los líderes globales y a los billonarios que la escuchan escépticos en el tradicional Foro de Davos. «Quiero que entren en pánico. Quiero que sientan el miedo que yo siento todos los días. Quiero que reaccionen como si nuestra casa estuviera en llamas… porque lo está», dispara.

Como cada vez que toma un micrófono, la joven ambientalista sueca da en el blanco. Sus crudas palabras interpelan al poder político y, sobre todo, resuenan al instante en los celulares de millones de personas, que terminan manifestándose en las calles, exigiendo respuestas frente a la crisis ambiental global.

Indispensable para generar conciencia de la dimensión del problema-el fin del mundo tal como lo conocemos-, el tono urgente y fatalista del discurso de Greta, el mismo que usan los más prestigiosos científicos climáticos y muchos medios de comunicación, trae aparejado un efecto secundario: la eco-ansiedad.

 

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Este nuevo trastorno mental es todo un síntoma de época. Definido recientemente por la Asociación Americana de Psicología como un «temor crónico de sufrir un cataclismo ambiental», el cuadro se genera por «observar el impacto aparentemente irrevocable del cambio climático y preocuparse por el futuro de uno mismo y de las generaciones futuras».

Expuestos a un bombardeo constante de información sobre desastres ecológicos, cada vez son más los que acuden a terapia angustiados por la magnitud del escenario que se aproxima.

«Algunos de los síntomas que definen el fenómeno ansioso son la preocupación constante, una sensación de ahogo, agobio y un pensamiento reiterativo que gira alrededor de la pregunta: ¿Y si fuera así como lo temo?», explica la licenciada Clara Sztein, vice presidenta de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo.

Y agrega: «Ahora tenemos una razón completamente nueva para sufrir ansiedad; somos espectadores de los efectos devastadores que genera el cambio climático en nuestras vidas».

Como Alvy Singer, el neurótico personaje de Annie Hall, la película de Woody Allen, que se deprimía por haber leído aquello de que «el universo está en expansión constante» y que inevitablemente se quebraría y eso sería el final de todo, los pacientes con eco-ansiedad se preocupan por un futuro que, anticipan, será negativo. La gran diferencia es que, en este caso, la amenaza ambiental es inminente.

Los expertos la definen como el temor crónico de sufrir un cataclismo ambiental

Por eso, el temor al cambio climático, la impotencia por no poder detener la degradación de la naturaleza y hasta sentimientos de culpa por traer hijos a un mundo colapsado, son algunas de las nuevas consultas que reciben los especialistas, quienes, por otra parte, en los últimos años se han acostumbrado a lidiar con ánimos alterados.

De hecho, la ansiedad ya es el trastorno mental más frecuente en el país: según cifras del Estudio Argentino de Epidemiología en Salud Mental, un 16% de los argentinos sufre trastornos ansiosos. Y casi uno de cada tres sufrirá una patología mental en algún momento de su vida.

«El cambio climático puede ser el estresor, el desencadenante que gatilla un trastorno de ansiedad generalizada», opina Gabriela Martínez Castro, especialista en trastornos de ansiedad y directora del Centro de Estudio Especializado en Trastornos de Ansiedad.

Al respecto, la profesional destaca que los adolescentes son más proclives a presentar cuadros de eco-ansiedad. «Se trata de una generación mucho más consciente, sensible y preocupada por el medio ambiente que la de sus padres», describe.

De la angustia a la acción

Si bien los expertos señalan que la llamada Terapia Cognitivo Conductual puede ser un tratamiento efectivo para combatir la ansiedad ecológica, otros sostienen que este mal de época podría ser, sencillamente, la respuesta correcta. Especialmente si se considera el desafío ambiental que tenemos por delante.

Desde esta óptica, la eco-ansiedad puede entenderse no tanto como un trastorno sino como una reacción totalmente normal y hasta saludable.

Se trata, al fin de cuentas, de transformar esa angustia generalizada en acción. De intentar vivir más alineados con nuestros propios valores y compartirlos con nuestro entorno. Porque está claro que enfrentar el cambio climático en soledad puede ser tan quijotesco como abrumador.

Para muchos, la ecoansiedad es una reacción necesaria y hasta positiva

Por eso un consejo de los expertos para canalizar la ansiedad es sumarse a una ONG o grupo que comparta nuestras mismas inquietudes. Pronto descubriremos que no estamos solos. Simplemente hay que elegir una causa y contribuir: desde una problemática global como la conservación de la Amazonia hasta hacer un compost en casa, pasando por limpiar playas o comer menos carne, todo suma.

«Puede parecer que las elecciones singulares sean una gota en un océano lleno de plástico. Pero entonces aparecen casos como el de Greta que nos permite pensar que hay razones para renovar la esperanza», se entusiasma Sztein.

Esta columna fue publicada originalmente en el diario La Nación.

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