En defensa del caminante
Frente al culto a la velocidad, andar a pie en la ciudad es un hábito contracultural.
El acto de poner un pie delante del otro es tan básico que pocas vemos nos ponemos a pensar en su significado.
La mayor parte de las veces caminamos para trasladarnos de un punto a otro: de la boca del subte al trabajo, del departamento al chino, de la cama al living. Es un movimiento locomotor, mecánico, tan instintivo que no registramos la proeza física de avanzar en equilibrio con sólo dos extremidades sin caer de bruces. Algo complejísimo para un bebé que da sus primeros pasos. O para la inmensa mayoría del reino animal, por cierto.
Bípedos al fin, tampoco somos conscientes de que caminar se está volviendo una práctica en peligro de extinción en un mundo que se acelera cada vez más. Frente al desarrollo de las grandes ciudades y a la creciente huella de carbono que generamos, innovar en movilidad urbana se volvió el desafío sustentable del momento. Sin embargo, de Uber al Metrobús, pasando por los sistemas de bicing o la reciente invasión de monopatines –una leve digresión: ¿no es contaminación visual?–, los encargados de pensar las ciudades del futuro parecen subestimar el poder de caminar.
“La costumbre de caminar está siendo atacada desde muchos frentes. Sin consideración en el nuevo espacio público, con la reducción del ocio y con la ansiedad de producir más, caminar se ha convertido en un acto subversivo”, escribe Rebecca Solnit en Wanderlust, un entrañable libro que desanda la historia y el significado cultural de caminar.
Lo cierto es que para algunos, caminar es la solución a los problemas de la vida. Entre muchos caminantes célebres, Solnit rescata a algunos filósofos, que deambulaban en búsqueda de respuestas. Se decía que Aristóteles dictaba sus clases dando vueltas como un tigre enjaulado en la antigua Atenas. O que Thomas Hobbes escondía lápiz y papel dentro de su bastón para poder anotar ideas durante sus caminatas. Aunque quizás el más explícito haya sido Jean-Jacques Rousseau, que en sus Confesiones decía: “Solo puedo meditar cuando estoy caminando. Cuando paro, dejo de pesar. Mi mente solo funciona con mis piernas”.
La ciencia también avala la idea de que caminar nos vuelve más inteligentes, más saludables y hasta más felices. El neurocientífico británico Shane O’Mara fue recientemente entrevistado por The Guardian –durante un largo paseo, por supuesto– y explicó por qué caminar es una especie de «superpoder». Según sus investigaciones, caminar desbloquea el potencial cognitivo del cerebro como ningún otro ejercicio. “Nuestros sistemas sensoriales funcionan de manera óptima cuando se están moviendo en el mundo que nos rodea”, sostuvo. Mientras tanto, para combatir la epidemia del sedentarismo, la OMS recomienda “como mínimo 150 minutos semanales de actividad física aeróbica de intensidad moderada”. Léase: caminar 20 minutos por día.
Paso a paso
Si el lector ya se puso a hacer cuentas y a rescatar las zapatillas del ropero, deberá saber que Buenos Aires figura bien posicionada en los ránkings de las ciudades más caminables del mundo. Sin desnivel –con 27 metros, Villa Devoto es el punto más alto de la ciudad–, de trazado amplio y accesible, un peatón voluntarioso puede pasar horas recorriendo los barrios porteños sin barreras urbanas.
“Desde su estructura, Buenos Aires es una ciudad muy caminable. Fue planificada con una trama absolutamente pública”, dice Carolina Huffmann, arquitecta y fundadora de Urbanismo Vivo, un colectivo que organiza un singular festival de caminatas. Se trata del Jane’s Walk, una experiencia que invita a caminar Buenos Aires desde múltiples perspectivas –urbanística, ambiental, artística, sociológica– para conectarse con la ciudad de una forma más consciente. El festival se replica cada año en más de 220 urbes de 55 países para rendir tributo a Jane Jacobs, escritora, investigadora y activista canadiense, pionera del concepto de ciudades a escala humana.
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“Hoy debido a su expansión y al desarrollo inmobiliario, al caminarla no se puede hablar de una sola ciudad manlig-halsa.se. El Microcentro es un claro ejemplo de cómo se puede transformar el ambiente para recibir a un peatón que antes no era considerado, con veredas muy angostas y colectivos invadiendo los espacios. La contracara es la zona sur de la ciudad, difícil de transitar por la inseguridad”, distingue Huffmann.
Como ejercicio, medio de transporte o simplemente para contemplar la ciudad, quizás sea hora de reivindicar el hábito más simple y sustentable de todos: caminar.
Esta columna fue publicada originalmente en el diario .
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Excelente info. Q viva la caninata!!!!!