Cómo funcionan las cosas: los auriculares
Los populares headphones enriquecieron nuestra privacidad pero también intensificaron nuestra soledad. Por qué son un punto de inflexión en la música tal como la conocemos.
CÓMO FUNCIONAN LAS COSAS
Creo que me preocupa más salir de casa sin auriculares que sin billetera.
Caminar por la ciudad no es lo mismo si no puedo apagar el sonido del mundo y ser el DJ de mi paseo. No sólo el mundo es demasiado abrumador; algunas veredas no son lo mismo sin el ritmo indicado para ir de baldosa en baldosa.
Hace algún tiempo, en un primer día de un nuevo trabajo, me regalaron unos auriculares. “Todos los usan. Son para cuando tienen que concentrarse”, me dijeron.
Es como si los auriculares generaran una burbuja a nuestro alrededor, nuestro propio cono del silencio invertido, y nos transportaran al palacio mental de nuestro antojo.
Creo no estar solo en la imposibilidad de concentrarme del todo si no puedo apagar al menos por un rato a la vida real.
La ciencia aún no está del todo clara respecto de si ponernos auriculares nos ayuda o empeora nuestra concentración. Pero eso no quita que sea particularmente difícil encontrar una oficina hoy donde cada empleado no tenga puestos auriculares, o los tenga a su alcance.
Y es porque aunque la música nos quita algo de concentración, también nos relaja y mejora el humor, así como puede reducir nuestra presión sanguínea, ritmo cardíaco y ansiedad. Los auriculares nos envuelven en nuestra pequeña esfera privada de realidad.
Quizás este sea el principal aspecto que nos mueve a ponernos los auriculares: nos dan el poder absoluto sobre nuestro entorno sonoro.
Esta privatización del espacio compartido hace posible la convivencia en aquellos espacios densamente poblados como el transporte público, la fila del banco, la oficina o el living de casa.
Los auriculares nos dan el poder absoluto sobre nuestro entorno sonoro
Esta apreciación íntima de la música es comparable a la aparición de la lectura silenciosa. Y esto nuevamente tiene que ver con prácticas que originalmente eran más sociales que privadas.
Los últimos cien años trajeron muchos cambios a nuestra experiencia musical: la radio la hizo transmisible, los reproductores portátiles la hicieron móvil y la tecnología digital la hizo infinita. Pero fueron los auriculares el punto de inflexión en su historia.
Los auriculares, después de todo, enriquecieron nuestra privacidad y, como dice Derek Thompson, intensificaron nuestra soledad. Hacen a la música lo que la alfabetización hizo al lenguaje: la volvieron una experiencia privada.
“La gente siempre ha tenido pensamientos privados. Los auriculares tienen la capacidad de hacer que nuestra música sea como nuestros pensamientos. Algo que nadie más puede escuchar. Algo que podemos elegir compartir” sigue Thompson.
Como invento, fueron un punto de inflexión en nuestra experiencia musical
Y es porque del mismo modo en que los auriculares nos encierran en nuestro preciado mundo privado, también se convierten en su puerta de entrada. En Garden State (2004), una de mis películas favoritas, toda la trama se desencadena a partir del momento en que el protagonista escucha la música que alguien más en una sala de espera le comparte por apenas unos instantes.
La escena casi que resulta un eco de Antes del Amanecer (1995), el clásico de Linklater, que muestra a Jesse y Celine, los protagonistas, visitando una tienda de discos de vinilo, descubriéndose en lo extraño de la intimidad compartida.
Es en el vértigo de hacer entrar a alguien a nuestra experiencia más íntima que puede desplegarse aquello que es esencial a toda relación que valga la pena: la disposición a ser vulnerables. A partir del momento en que la experiencia es compartida ya no queda dónde esconderse, y muchas veces ya no hace falta hacerlo. ^^^
Valentín Muro escribe todas las semanas sobre cómo funciona una cosa distinta.
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