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Carpinchos en Nordelta: una prueba para la inteligencia ecológica

No todos aplicamos la misma inteligencia a la hora de pensar en el medio ambiente.

10 de septiembre de 21 . 17:00hs
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Manuel Torino

No existe una sola inteligencia. En un reconocimiento a las distintas capacidades de la mente humana, el psicólogo estadounidense Howard Gardner desarrolló en 1983 la teoría de las inteligencias múltiples.

Su innovador modelo para entender cómo pensamos detectó siete tipos de inteligencias, que van desde la lógico-matemática hasta la verbal, pasando por la corporal e incluso la musical. Años más tarde, en parte por la creciente crisis ambiental, se vio obligado a sumar una nueva inteligencia: la naturalista.

Según el investigador de la Universidad de Harvard, a esta inteligencia la utilizamos cuando observamos los elementos naturales que se encuentran a nuestro alrededor e interactuamos con ellos.

Además de la lluvia de memes que desencadenó, el episodio de los carpinchos en Nordelta también sirvió para comprobar la teoría de Gardner: no todos usamos la misma inteligencia a la hora de pensar en el medio ambiente.

Mientras que algunos trataron a estos roedores de “okupas” por invadir las zonas urbanas, otros defendieron el valor ecosistémico de la especie y argumentaron que los carpinchos fueron desplazados de su hábitat natural –los humedales– precisamente para la construcción de los barrios privados que hoy están acusados de invadir. Incluso los más perspicaces aprovecharon al carpincho-gate para exigir que se le dé tratamiento al proyecto de ley de humedales, que de tantas postergaciones podría perder estado parlamentario en 2021.

No todos usamos la misma inteligencia a la hora de pensar en el medio ambiente.

La necesidad de desarrollar una mentalidad que tenga en cuenta las variables ambientales en la toma de decisiones es uno de los puntos más urgentes de la agenda sustentable.

Otro autor de renombre que abordó el tema fue el best seller internacional Daniel Goleman. Después de sacudir el mercado editorial al introducir el concepto de inteligencia emocional, publicó un segundo libro, Inteligencia ecológica, que pasó desapercibido en su momento pero que hoy cobra vigencia.

Para Goleman, la solución a grandes problemas como el cambio climático pasa por conocer las consecuencias ocultas de nuestros hábitos. “Nuestro mundo de abundancia material tiene un precio oculto. No sabemos en qué medida las cosas que compramos y usamos conllevan otros costos, como el daño que les causan al planeta y a las personas”, advierte el autor.

Y agrega: “Los consumidores y las empresas no pueden seguir dándose el lujo de no examinar a fondo las decisiones relativas a dichos productos y procesos, así como sus consecuencias ecológicas”.

¿Es posible ejercitar la inteligencia ecológica y empezar a tomar decisiones amigables con el medio ambiente? Si bien hay factores biológicos y culturales que la determinan, los expertos aseguran que esta mentalidad se puede potenciar. La llave, aseguran, está en la información. Al comprender el impacto ambiental de nuestras acciones, podemos empezar a mitigarlas.

“Si no nos sabemos parte del problema, no vamos a poder ser parte de la solución. La forma en la que consumimos y los modelos de producción que generan la crisis ambiental son dos caras de la misma moneda. Si cambiamos nuestros hábitos de consumo hacia unos de menor impacto ambiental, indefectiblemente la oferta de las marcas y empresas va a adaptarse para estar en sintonía con esta demanda. Como consumidores, tenemos mucho poder”, opina Dafna Nudelman, especialista en sustentabilidad y activista por el consumo responsable.

Sin embargo, no siempre contamos con la información adecuada para tomar decisiones más conscientes. “El consumidor no tiene las herramientas necesarias. Todavía hay mucha opacidad en la información para alcanzar un consumo responsable”, agrega Nudelman.

Por eso, como consumidores responsables, siempre debemos hacernos las preguntas de rigor antes de hacer una compra: ¿Sabemos quién fabricó nuestra ropa? ¿Cuánto tarda en degradarse el producto que compramos? ¿Existe una alternativa local a lo que estamos pidiendo online? ¿Cuál fue la huella de carbono de nuestro viaje?

En tanto, hay indicios de que este enfoque más sustentable podría estar ganando adeptos. Según una reciente encuesta a nivel nacional realizada por la Fundación Vida Silvestre, cada vez son más los argentinos que se interesan por cuidar la naturaleza.

El 70% de los encuestados reconoció estar sensibilizado frente al consumo de recursos del planeta y a su relación con el ambiente. En el podio de las preocupaciones están la deforestación y los incendios, el manejo de los residuos y la extinción de especies.

Terreno fértil para cultivar la inteligencia ecológica.

Esta columna fue publicada originalmente en el diario La Nación.

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