La crisis de desapariciones en México es tan vasta, tan dispersa y tan compleja que las herramientas de investigación tradicionales en repetidas ocasiones no han logrado seguir el ritmo. Durante años, los buscadores más fiables no han sido las instituciones estatales sino las propias familias: los que aprendió a leer el paisaje a través de una intuición agudizada por el dolor: suelo removido, insectos que no deberían estar allí, una mancha de vegetación inusualmente verde.
Ahora, en Jalisco, esas observaciones de base se están transformando en una ciencia forense emergente, que trata a la naturaleza misma como un mapa de patrones de entierros clandestinos.

La semana pasada, ese trabajo fue el tema central de una conferencia técnica en la Corte Suprema del Estado de San Luis Potosí, donde más de 100 funcionarios, defensores de derechos humanos y familiares de desaparecidos se reunieron para escuchar al Dr. Tunuari Roberto Chávez González, biólogo y Director del Área de Análisis y Contexto de la Comisión Estatal de Búsqueda de Jalisco (COBUPEJ).
“México está hirviendo”, dijo a la audiencia, mostrando un mapa lívido con gradientes térmicos de color amarillo, naranja y rojo intenso. “No sólo por el cambio climático sino también por tanto dolor y tanta rabia”.
Chávez coordinó el libro “Interpretar la naturaleza para encontrar a quienes nos faltan”, una síntesis de años de investigación experimental sobre cómo la descomposición de los cuerpos transforma el ecosistema circundante y cómo esas transformaciones pueden detectarse, mapearse y analizarse.
El objetivo final: más hallazgos, más identificaciones y menos territorio para buscar a ciegas.
Un enfoque científico arraigado en el mundo natural.
La premisa básica es cruda: una fosa clandestina cambia de entorno. El nitrógeno liberado durante la descomposición puede alterar la química del suelo; ciertos insectos llegan en sucesión predecible; algunas plantas florecen mientras que otras mueren; Incluso la superficie del suelo puede enfriarse o calentarse de formas anómalas detectables mediante imágenes térmicas.
«Cada tumba corresponde a un patrón. Buscamos patrones naturales para encontrar la tumba y luego patrones forenses para confirmar la identidad».


Para probar estas ideas, la comisión de Jalisco construyó dos campos de investigación controlados, cada uno con 16 tumbas simuladas utilizando cerdos de 65 kilogramos, el indicador biológico estándar mundial para la descomposición humana. Durante meses y años, los investigadores documentaron cómo la vegetación difería sobre los restos enterrados, cómo se desarrollaron las colonias de insectos, cómo cambiaron los niveles de nitrógeno en el suelo y cómo se veía todo esto a través de cámaras térmicas y multiespectrales.
“Las propias plantas aprovechan ese nitrógeno para volverse más verdes, por ejemplo”, dijo Chávez, describiendo uno de los indicadores superficiales más fácilmente observables.
Los hallazgos ayudan a refinar los modelos probabilísticos: mapas que resaltan áreas donde estadísticamente es más probable encontrar fosas clandestinas según las firmas ambientales.
Estos métodos ya no son teóricos.
Según Chávez, unas 25 personas que llevaban años sin ser identificadas han sido identificadas y devueltas a sus familias mediante este enfoque sistemático. Actualmente se están analizando entre 450 y 460 hipótesis de identificación.
El conocimiento de base se convierte en método científico
A dos días de la presentación ante la Corte Suprema, la investigación volvió a sus raíces: Guadalajara. Allí, en un debate público en la Feria Internacional del Libro (FIL), la más grande de América Latina, el libro fue presentado ante un público que incluía académicos, analistas geoespaciales, científicos forenses y familiares de desaparecidos.


Víctor Hugo Ávila Barrientos, jefe de la Comisión Estatal de Búsqueda de Jalisco, abrió con un reconocimiento que resonó en toda la sala.
“Esta primera edición se basa precisamente en el conocimiento de las madres buscadoras, y lo que hicimos fue brindar respaldo científico y técnico a conocimientos ya probados en el campo”.
Esta fusión de ciencia institucional y experiencia de base es una de las características más innovadoras (y políticamente sensibles) del proyecto. Durante años, (colectivos de búsqueda) han sido quienes han descubierto fosas clandestinas, a menudo superando a las instituciones estatales. Muchas de sus estrategias de campo ahora se han formalizado en métodos de recopilación de datos.
Los panelistas de la FIL subrayaron tanto los avances como los obstáculos. Las tecnologías utilizadas (imágenes satelitales de alta resolución, instrumentación geofísica, mapeo térmico y análisis molecular) siguen siendo costosas y, a veces, difíciles de implementar en áreas remotas.
«El conocimiento científico tiene que avanzar, pero instituciones como la nuestra son operativas, no de investigación. Aplicar este conocimiento requiere recursos reales», dijo Alejandro Axel Rivera Martínez, del Instituto Jalisco de Ciencias Forenses.
Una crisis que sigue creciendo
El registro oficial de México incluye más de 115.000 personas reportadas como desaparecidas, una cifra que se entiende ampliamente como un conteo insuficiente. Sólo Jalisco tiene más de 15.000, una de las cifras más altas del país.


La magnitud de la crisis es tan profunda que algunos estados han abandonado en gran medida las búsquedas sistemáticas. Otros dependen en gran medida de que las familias lideren el camino.
En ese contexto, el modelo experimental de Jalisco ha llamado la atención de otros estados que enfrentan aumentos similares de desapariciones. El enfoque no reemplaza la investigación tradicional, pero agrega nuevas capas de probabilidad, lo que ayuda a limitar áreas de búsqueda que antes parecían increíblemente vastas.
Chávez enfatizó que la dimensión humana sigue siendo central.
Detrás de cada muestra de suelo y píxel de imágenes multiespectrales, es muy consciente de las familias que esperan respuestas y de las familias que hacen preguntas difíciles.
La pregunta de una madre y la respuesta de un científico
En una sesión de capacitación con colectivos de búsqueda, una madre planteó una pregunta que Chávez dice que nunca ha olvidado.
“En una de las sesiones, una madre preguntó si eso significaba que estaría buscando a su hijo sigue vivo. Desde un punto de vista técnico, la respuesta es que si un cuerpo ha cambiado su forma de vida (si su hijo ya no está en la forma en que lo vio por última vez), entonces, en cierto sentido, lo estaría buscando en la flor. Pero sería en la flor más frondosa, más hermosa, porque es la que tiene diferentes nutrientes y agua”.


Para muchas familias, la idea no es metafórica. Es una forma de entender que incluso en la muerte, sus seres queridos continúan existiendo –materialmente, biológicamente– en formas que la naturaleza hace visibles para quienes saben mirar.
Durante su presentación ante la Corte Suprema, Chávez proyectó una frase del pintor noruego Edvard Munch que se ha convertido en una especie de frase guía para el proyecto.
«De mi cuerpo en descomposición crecerán flores y yo estaré en ellas. Eso es la eternidad».
Un paradigma cambiante en la búsqueda de los desaparecidos en México
La idea de que los ecosistemas pueden contener pistas forenses no es nueva, pero aplicarla sistemáticamente, a escala, dentro de una comisión de búsqueda gubernamental es innovadora.
En un país donde miles de tumbas clandestinas siguen sin ser descubiertas y donde las familias continúan buscando en los desiertos, bosques y campos y en los límites de las ciudades, la integración de la biología, la geología, la entomología, el análisis satelital y el conocimiento de campo de base representa un nuevo camino a seguir.
No es un sustituto de la investigación tradicional, ni un sustituto de la justicia, sino una herramienta basada en la ciencia y moldeada por las personas que más la necesitan.


Mientras México continúa lidiando con la magnitud de la crisis de desapariciones, investigadores como Chávez dicen que el trabajo debe seguir evolucionando, informado tanto por el rigor científico como por la experiencia vivida por las familias de las víctimas.
Porque en México el paisaje mismo recuerda.